Was Gott tut, das ist wohlgetan
BWV 100 // desconocida
(Lo que Dios hace bien hecho está) para soprano, contralto, tenor y bajo, conjunto vocal, trompa I+II, timbales, flauta travesera, oboe, cuerdas y bajo continuo

Coro
Soprano
Maria Deger, Linda Loosli, Stephanie Pfeffer, Susanne Seitter, Noëmi Tran-Rediger, Ulla Westvik
Contralto
Antonia Frey, Simon Savoy, Lea Scherer, Lisa Weiss, Sarah Widmer
Tenor
Marcel Fässler, Achim Glatz, Christian Rathgeber, Berthold Schindler
Bajo
Jean-Christophe Groffe, Fabrice Hayoz, Israel Martins, Philippe Rayot, William Wood
Orquesta
Dirección
Rudolf Lutz
Violín
Éva Borhi, Péter Barczi, Christine Baumann, Petra Melicharek, Ildikó Sajgó, Lenka Torgersen
Viola
Martina Bischof, Matthias Jäggi, Sarah Mühlethaler
Violoncello
Maya Amrein, Daniel Rosin
Violone
Markus Bernhard
Flauta travesera
Marc Hantaï
Oboe
Andreas Helm
Fagot
Gabriele Gombi
Trompa
Stephan Katte, Thomas Friedlaender
Timbales
Inez Ellmann
Cémbalo
Thomas Leininger
Órgano
Nicola Cumer
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Rudolf Lutz, Pfr. Niklaus Peter
Reflexión
Orador
Paul Hoff
Grabación y edición
Año de grabación
25/04/2025
Lugar de grabación
Trogen (AR) // Evang. Kirche Trogen
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Productor
Meinrad Keel
Productor ejecutivo
Johannes Widmer
Productor
GALLUS MEDIA AG, Schweiz
Producción
J. S. Bach-Stiftung, St. Gallen, Schweiz
Libretista
Primera interpretación
c. 1732
Texto base
Samuel Rodigast, 1676/1677
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Chor
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
es bleibt gerecht sein Wille;
wie er fängt meine Sachen an,
will ich ihm halten stille.
Er ist mein Gott,
der in der Not
mich wohl weiß zu erhalten;
drum laß ich ihn nur walten.
2. Duett – Alt, Tenor
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
er wird mich nicht betrügen;
er führet mich auf rechter Bahn,
so laß ich mich begnügen
an seiner Huld
und hab Geduld,
er wird mein Unglück wenden,
es steht in seinen Händen.
3. Arie — Sopran
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
er wird mich wohl bedenken;
er, als mein Arzt und Wundermann,
wird mir nicht Gift einschenken
vor Arzenei.
Gott ist getreu,
drum will ich auf ihn bauen
und seiner Gnade trauen.
4. Arie – Bass
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
er ist mein Licht, mein Leben,
der mir nichts Böses gönnen kann,
ich will mich ihm ergeben
in Freud und Leid!
Es kommt die Zeit,
da öffentlich erscheinet,
wie treulich er es meinet
5. Arie – Alt
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
muß ich den Kelch gleich schmecken,
der bitter ist nach meinem Wahn,
laß ich mich doch nicht schrecken,
weil doch zuletzt ich werd ergötzt
mit süßem Trost im Herzen;
da weichen alle Schmerzen.
6. Choral
Was Gott tut, das ist wohlgetan,
darbei will ich verbleiben.
Es mag mich auf die rauhe Bahn
Not, Tod und Elend treiben,
so wird Gott mich
ganz väterlich
in seinen Armen halten;
drum laß ich ihn nur walten.
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).
Paul Hoff
1. Antecedentes
Mis reflexiones sobre esta cantata de Bach se basan en más de cuatro décadas de actividad psiquiátrica y psicoterapéutica. Se preguntarán dónde está la conexión entre una cantata de Bach de casi 300 años de antigüedad, enmarcada en un contexto teológico, por un lado, y el tratamiento médico actual de personas en crisis vitales y con enfermedades mentales, por otro. Mientras preparaba esta reflexión, también me hice esta pregunta, algo preocupado al principio, para ser sincero. Pero pronto encontré una respuesta que me pareció tanto más convincente cuanto más me adentraba en la música y el texto, como profano en teología y música que soy.
Esta respuesta tiene que ver con lo que podemos aprender de nuestros pacientes en la profesión médica —y aquí quizás especialmente en la psiquiatría— si prestamos suficiente atención. Se trata de las tensiones y contradicciones a las que todos nos enfrentamos en nuestras vidas, que no podemos evitar por mucho que lo deseemos. Aquí, en la resistencia, en la configuración y, en el mejor de los casos, en la resolución de situaciones difíciles, de incertidumbres y contradicciones, veo el puente conceptual entre lo que puede lograr el trabajo terapéutico y lo que Bach nos ofrece en esta cantata a través de la música y la letra.
2. La terapia como relación interpersonal
Ya seamos sanos o enfermos, a todos nos une la conditio humana, lo que nos hace humanos y nos diferencia de los animales y los objetos inanimados. Preguntamos y dudamos, actuamos y vacilamos, decidimos y nos preocupamos por las consecuencias. Esto se aplica a las «grandes» preguntas como «¿Quién soy yo?», «¿A quién y a qué dedico mi vida?», «¿Hay protección si entro en una crisis, si se me quita el suelo bajo los pies?», «¿Vale la pena plantearse estas preguntas o estoy indefenso ante el mundo y el destino?». Sin embargo, esto también se aplica a las cuestiones «más pequeñas», las cotidianas, que requieren decisiones.
Cuando encontramos el equilibrio entre todos estos retos, tenemos la suerte de «sentirnos como en casa» en nuestra propia vida, un estado que podemos llamar salud mental. Pero, como todos sabemos, no siempre es así. En situaciones de crisis y enfermedad, muchas preguntas afloran con especial fuerza.
Las personas con enfermedades mentales a menudo nos confrontan (y, por supuesto, a sí mismas) de manera impaciente, a veces incluso implacable, con preguntas radicales y existenciales: Esto puede dar lugar a conversaciones serias, incluso angustiosas: Así, recientemente, una paciente con una depresión grave, que se ahogaba en la angustia y los sentimientos de culpa, me preguntó qué demonios hacía en este mundo una persona tan débil y falible como ella. El tono suicida, aunque no lo expresó directamente, era inconfundible.
Sin embargo, también puede ser muy diferente: nunca olvidaré la pregunta que me hizo un hombre esquizofrénico, acompañada de una sonrisa seria. Aunque ya lo conocía desde hacía más de diez años, me sorprendió por completo. El paciente, gravemente enfermo, sufría de delirios de persecución y alucinaciones angustiosas. Interrumpió bruscamente nuestra conversación y me preguntó en voz alta: «¿De dónde saca usted, señor Hoff, la maldita certeza de que yo estoy loco y no usted?». Y, como para demostrar que no bromeaba, añadió: «¿Ha pensado alguna vez seriamente si su mundo es tan claro, tan seguro, tan evidente como usted cree?».
No me malinterpreten: este paciente, un hombre inteligente y reflexivo, sabía perfectamente que no estaba bien, que necesitaba ayuda y que yo estaba intentando dársela. Esa no era la cuestión. Lo que le molestaba, quizá incluso le ofendía, era su impresión de que los papeles estaban claramente repartidos: por un lado, él, el enfermo inseguro, que pensaba, decía y percibía cosas sin sentido; por otro, el mundo de los sanos, los «normales», que no necesitaban dudar porque, por definición, tenían la razón, un mundo representado por mí, nota bene. El hecho de que él, aunque fuera de forma irónica, abordara sin rodeos el riesgo, incluso la falsedad, de una simplificación tan burda, me hizo (y me sigue haciendo) reflexionar mucho. Aprendí algo de este paciente.
Ahora bien, el objetivo principal de la psicoterapia no es que el terapeuta aprenda lo máximo posible. El objetivo es que la persona afectada mejore de forma duradera. Pero, ¿cómo se puede lograr esto?
Lo fundamental es una relación terapéutica sólida. Es la base para ayudar a una persona afectada por una crisis o una enfermedad a recuperar su capacidad de decisión y de actuación, para que pueda volver a vivir con autonomía. Sin embargo, esto no puede ser una calle de sentido único. No se trata de un objeto externo, ni de una mera transmisión de información, se trata de personas, normalmente dos personas que interactúan, la que está enferma y la que la trata. Por lo tanto, una terapia exitosa es siempre un proceso de negociación dialógica. Media entre polos que en un principio parecen incompatibles, como la desesperación y la esperanza, el miedo y el valor, la tendencia suicida y el deseo de vivir, y, en el mejor de los casos, muestra nuevos caminos viables.
Aquí ya nos movemos en el ámbito de nuestra cantata, aunque (al igual que a mí durante la preparación) no lo parezca.
3. BWV 100: Sobre la confianza en las relaciones
Porque precisamente esta capacidad de negociar lo aparentemente irreconciliable, de actuar en situaciones difíciles y desesperadas, es la que aborda la cantata que hemos escuchado esta noche y que pronto podremos volver a escuchar.
El texto, y más aún la música, no dan pie al fatalismo ni a la complacencia. La cantata no nos dice: «De todos modos, no puedo hacer nada porque Dios lo dirige todo», ni tampoco: «No tengo que hacer nada, no tengo que asumir ninguna responsabilidad porque Dios se encarga de todo». Al contrario: su mensaje, tal y como yo lo interpreto, recuerda casi al valiente y exigente llamamiento del gran ilustrado Immanuel Kant, que nació casi cuarenta años después de Bach y cuyo 300 aniversario celebraremos en 2024: «¡Atrévete a saber!», nos exhortaba. «¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!».
Elijo tres perspectivas para mostrar, a partir del texto de la cantata, que esta transmite realmente un mensaje tan valiente y alentador.
Perspectiva 1: podemos y debemos actuar por nosotros mismos
«Por eso lo dejo actuar», dice la primera estrofa, y en la quinta se habla de un «cáliz… que es amargo según mi locura». Así pues, como persona afectada, yo mismo estoy involucrado, participo activamente: permito algo, se trata de «mi locura», de mi miedo, de mi adicción. No todo está ya decidido por Dios. Más bien, se me invita a decidir si dejo que algo suceda o no.
Perspectiva 2: la confianza es posible, pero es recíproca
«Él no me traicionará» (así en el dúo de la segunda estrofa), «no me dará veneno en lugar de medicina» (así en el aria de soprano de la tercera estrofa): el engaño y el envenenamiento serían posibles, al menos concebibles, el texto lo deja abierto. Pero confío en que no sucederá, que Dios no lo hará.
Es impresionante, aunque a primera vista nos resulte un poco extraño, la doble designación de Dios en esta estrofa como «mi médico y sanador». Pero la confianza no es un monolito, sino algo complejo. No requiere un conocimiento completo ni definitivo, ni siquiera en una terapia. Se pueden dejar interrogantes, se pueden dejar incertidumbres. Un comportamiento médico claro y predecible, es decir, el elemento racional, favorece naturalmente la curación. Pero la mejoría también puede producirse sin que sea explicable en cada paso. Simplemente ocurre. En todo tratamiento hay momentos así. La imagen del «sanador» podría referirse a este tipo de experiencias y, en ese caso, ya no sería tan misteriosa e irracional como puede parecer a primera vista, sino alentadora.
Perspectiva 3: El diálogo como parte de lo social
La cuarta estrofa, el aria del bajo, termina con las líneas «Llegará el momento en que se revelará públicamente cuán fiel es su intención». Yo lo interpreto como una apertura del ámbito personal y del diálogo hacia la dimensión social: Cuando actúo, entro en diálogo con otra persona —o, en términos teológicos, con Dios—, esto siempre tiene que ver con el entorno, tarde o temprano, porque «llegará el momento». En otras palabras: no somos monadas aisladas. Lo privado está siempre entrelazado con lo social, con lo «público», como lo llama la cantata. Esto también se aplica al trabajo psicoterapéutico.
¿Y cuál es la esencia de las tres perspectivas? La cantata no nos quiere llevar a una adaptación temerosa y deshonesta, ni a una pasividad resignada, pero tampoco a una insistencia desafiante y arrogante en nuestro propio punto de vista, en nuestras propias posibilidades. Más bien nos exhorta a entrar activamente en las relaciones, a asumir riesgos y a confiar.
4. Mi conclusión personal
En el tema que nos ocupa hoy, las cuestiones sobre la imagen del ser humano, los fundamentos de la acción terapéutica y la grandiosa música de Bach se funden en una imagen común que me gustaría describir así: como persona, me encuentro necesariamente y constantemente con límites, también dolorosos y sufridos. Sin embargo, esto no me quita la capacidad de confiar. La confianza, a su vez, en los demás y en mí mismo, es un requisito previo para poder actuar y asumir la responsabilidad de mis actos.
Ahora, al igual que ustedes, espero con ilusión volver a sumergirme en la cantata de Bach «Was Gott tut, das ist wohlgetan» (Lo que Dios hace, está bien hecho), quizá con un enfoque diferente gracias a nuestra reflexión conjunta, y les agradezco sinceramente su atención.